En plena milla de oro del hedonismo nocturno madrileño, abre sus puertas La Lluna, un sofisticado restaurante de aires neoyorquinos envuelto en una cálida atmósfera de luces tenues que invitan a entrar y tomar asiento en una barra diseñada a medida para los amantes de los tragos con historia y glamour.
A juzgar por su barra de alabastro que brota de luz opalescente, las elegantes lámparas de cristal, las composiciones geométricas de los complementos textiles y los metales entremezclados a la madera negra lacada, El gran Gatsby podría haberse escrito aquí, en una de las mesas de La Lluna, el nuevo restaurante de la calle Recoletos de Madrid, donde los Roaring Twenties vuelven a cobrar vida.
La hostelería de la capital calienta fogones y sueña con las multitudinarias fiestas de hombres elegantes y mujeres peinadas a lo garçon, símbolos de una década ávida de diversión, esa misma diversión que hoy buscamos para volver a la ansiada normalidad.
Si, porque La Lluna además de ofrecer una cocina inspirada en un mundo sin fronteras, donde el Mediterráneo y Tokio, Francia y Perú, nunca han estado tan cerca, se postula también como un templo de la coctelería donde saborear las recetas clásicas del mundo de la mixología con un toque de autor.
La cocina
La de la Lluna es una carta llena de excelentes materias primas y placeres carnales, donde destacan el chuletón a la brasa, el picantón campero, el solomillo Perrigaut, aunque no faltan pinceladas de mar, como el salmón en costra negra y la merluza en salsa verde. Un sinfín de sabrosas combinaciones creativas caracterizan la propuesta de entrantes, donde nos encontramos con la ensaladilla Soviética (la envidia de todas las rusas) y el sashimi convertido en ingrediente de unas croquetas inspiradas en el recuerdo de Tokio. Los tomates feos (pero buenos) acompañados de ventresca de atún y las sardinas ahumadas con piparras y fresas, completan una carta ecléctica y en ningún momento aburrida.
El espacio
Un destilado de elegancia Art déco distribuido en múltiples espacios, incluido un reservado, por un total de 350 metros, donde brillan sobre un fondo negro, los detalles de latón dorado, las celosías de metal, las geometrías de los estampados y el alabastro de la barra, vibrante epicentro de todo el restaurante. Al comedor iluminado por tres imponentes ventanales que asoman a la calle Recoletos, se añaden otros espacios acogedores donde prima la intimidad.