La cerámica hidráulica surge entre los años 1850 y 1875, convirtiéndose en una revolucionaria forma de fabricar baldosas sin necesidad de cocerlas, lo que supuso un gran ahorro energético y en costes de producción para los fabricantes.
La losa hidráulica empleada como suelo hidráulico tomó gran relevancia en la alta sociedad española entre los años 20 y 30. Años después, se extendió por Europa y zonas coloniales como un tipo de revestimento o pavimentación duradera, dejando (a nivele internacional) rasgos de influencia española, francesa y portuguesa en sus diseños creativos. Pero en los años 50, las solerías hidráulicas perdieron su popularidad con la aparición de los suelos industriales cocidos, como son el gres, el terrazo o la cerámica esmaltada.
En los últimos años, ha vuelto a reaparecer este elemento decorativo, poniéndose de moda en los hogares, terrazas o patios. Un tipo de revestimiento que sigue manteniendo su producción artesanal y manual con la que apareció en sus orígenes allá en el siglo XIX.
Cabe destacar la popularización del mosaico hidráulico que coincidió con el auge del modernismo en Cataluña. La aparición de nuevas tendencias en cuanto al dibujo de líneas y formas que seguían las de la naturaleza, influyeron tanto en artes decorativas como en arquitectura, para seguir a la música y la literatura. Cualquier objeto de uso rutinario pasó a convertirse en objeto artístico construido con nuevos materiales. Hecho que facilitó la evolución de la loseta hidráulica, ya que el modernismo ofreció especial atención en los elementos arquitectónicos y decorativos que pasaron desapercibido en corrientes anteriores.
Como consecuencia de ello, muchas fábricas empezaron a contratar a dibujantes especializados y conocidos para la realización los dibujos decorativos sobre la cerámica hidráulica. Lluís Domènech i Montaner o Alexandre de Riquer, fueron algunos de los artistas de la época que participaron en estos diseños.