El edificio de Surfrider Malibú data de 1953 aunque nunca había sido tan cool como hasta ahora. Recientemente reconvertido en hotel de diseño, ha logrado lo que muchas propiedades no pueden: que sus huéspedes se sientan como completos lugareños durante su estancia.
Veinte habitaciones luminosas con vistas al océano (incluyendo dos amplias suites) permiten un sentido de pertenencia, gracias en parte a los cómodos y rústicos muebles de teca personalizados y detalles tan únicos y exquisitos como un tocador de Grown Alchemist, sus envolventes albornoces o sus velas artesanales.
“Ser exclusivo significa que los huéspedes realmente son capaces de relajarse como si se tratara de su propia casa de playa”, dice la copropietaria de este irrechazable hotel, Emma Crowther Goodwin.
Su azotea, adornada con luces y antorchas lideran la oferta de Djs más emblemáticos de la zona, en rotación constante. Independientemente de la hora del día, solo los alojados en el hotel (y sus amigos) podrán disfrutar de la tostada de aguacate orgánica perfecta y un capuchino Canyon Coffee en una taza localmente elaborada, o una tabla de carne de pastoreo Surfrider cosechada localmente acompañada de los vinos de la zona.
Todo esto aderezado con unas increíbles vistas al rompeolas de Pacific Coast Highway, en Surfrider Beach. Esta localización mundialmente famosa entre los amantes del surf, al igual que muchos otros paraderos de Malibú, se puede explorar utilizando las tablas de surf personalizadas que ofrece el hotel; en una paleta de tonos vintage sacados directamente de las revistas de surf de los años 60.
Los huéspedes también pueden navegar junto a surfistas profesionales disponibles para dar clases particulares. Pero si este plan no te seduce lo suficiente, tienes otras opciones como recorrerte la costa escuchando una lista de reproducción específicamente escogida por Sufrider en formato crucero. Ya lo dice Miley Cirus: The sky’s so blue In Malibu.