Cuando apenas tenía 16 años, Louis Vuitton tomó una decisión que no solo cambiaría su vida, sino también las de sus hijos y las generaciones por venir: se convertiría en un maestro artesano creador de baúles.
A esa edad, en 1837, Louis Vuitton llegó a pie a París y empezó como aprendiz de Romain Maréchal. En esa época, los coches de caballos, barcos y trenes eran los principales medios de transporte, y las maletas sufrían importantes desgastes. Los viajeros recurrían a los artesanos para empaquetar y proteger sus objetos personales.
Louis Vuitton pronto se convirtió en un valioso artesano del taller parisino de Romain Maréchal. Estos fueron los inicios de su actividad altamente especializada y su ilustre carrera en un sector artesanal que requería grandes aptitudes para diseñar arcones y, después, baúles adaptados a los gustos de los clientes. Al cabo de 17 años, Louis Vuitton abrió su propio taller en 4 Rue Neuve-des-Capucines, cerca de la plaza Vendome.
200 años de Louis Vuitton
Hace 200 años, un 4 de agosto de 1821, nació Louis Vuitton, el gran diseñador francés fallecido en 1892 cuyo nombre hoy es sinónimo de los más exclusivos artículos de lujo.
Hijo de molineros y analfabeto, este francés tuvo uno de esos destinos excepcionales retratados en la literatura del siglo XIX, al construir una industria prolífica marcada por las invenciones técnicas y sus relaciones con la alta sociedad.
Vuitton, una de las primeras personas en comprender la importancia y el valor de dar su nombre a un objeto, no fue en realidad el primer Louis Vuitton. Nacido en Anchay (frontera con Suiza) el 4 de agosto de 1821, recibió el nombre de su hermano mayor, que murió con apenas un año de edad.
Con 16 años llegó a París desde su región natal tras dos años de camino a pie y solo aprendió a leer y a escribir pasados los 20, tras decidirse a crear su negocio.
Cuando murió, en 1892, casi a modo de testamento, elaboró un catálogo con todas las creaciones que había hecho sin quitar ojo a las novedades de la Revolución Industrial y la emergente industria del turismo, que él acompañó al crear las primeras maletas planas con telas, cerraduras inquebrantables y otros accesorios de ocio.
“Fue sobre todo un gran visionario. Los monogramas en sus maletas, los pedidos especiales… Él desarrolló todos los códigos del lujo”, explica a Efe Stéphanie Bonvicini, autora de “Louis Vuitton. Une saga française”, cuyo documentado libro revela las grandes sombras de los Vuitton.
Sus inicios como empresario
Comenzó como aprendiz de Romain Maréchal, fabricante de baúles y embalador de vestimentas en los desplazamientos de la realeza y la nobleza, y en 1854 creó su propia empresa de objetos de viaje, con la que pretendía llegar a los poderosos que visitaban el mundo.
“Por entonces el equipaje no era algo lujoso. Se viajaba con baúles de madera. Su mayor innovación fue personalizar las maletas con telas, no sólo protegerlas de la lluvia, sino también vestirlas, e incluir sobre ellas su monograma, lo que sirvió como una forma de publicidad y de reconocimiento social”, añade Bonvicini.
Tener una maleta Louis Vuitton era una señal de estatus social: entre sus clientas destacaron la emperatriz Eugenia de Montijo, casada con Luis Napoleón Bonaparte; la reina Victoria de Inglaterra, Isabel II de España y su hijo Alfonso XII, y aventureros como Pietro Paolo Savorgnan di Brazza.
Vuitton ideó accesorios para picnic, camas plegables, portasombreros, maletas con cajones o la primera maleta-armario que permitía transportar hasta veinticinco vestidos sin que se arrugasen.
Creaciones que respondían al espíritu de su tiempo, no sólo por la innovación, sino también por esa búsqueda insaciable de ocio y consumo que se promulgó como una forma de frenar las continuas revueltas de la primera mitad del siglo XIX.
Fue además un precursor de prácticas industriales, de la mejora de condiciones de los trabajadores, para quienes creó un preludio de caja de pensiones y seguro social, de la globalización de marcas: fue uno de los primeros en abrir una tienda en el extranjero -en Londres, toda una provocación para los ingleses- y en recurrir a las franquicias para vender sus productos.
Asnières: Un taller legendario
Las instalaciones de Asnières, que hacen las veces de residencia familiar y de cuna de la empresa, han sido el símbolo del éxito personal y comercial de la familia Vuitton desde 1859.
El éxito inmediato de Louis Vuitton hizo que tuviera que ampliar sus actividades. De ahí que abriera un taller en Asnières en 1859. Situado justo al noreste del centro de París, el taller comenzó con 20 empleados. En 1900 trabajaban casi 100 personas, que en 1914 ya eran 225.
El taller original se expandió a lo largo del tiempo, e incorporó la residencia de la familia Vuitton, pero todavía hoy es el centro de fabricación artesanal de sus productos. Junto al hogar familiar, conservado e integrado en un museo privado, 170 artesanos trabajan en el taller de Asnières diseñando y creando artículos de marroquinería y atendiendo pedidos especiales de clientes de todo el mundo.
La cerradura Tumbler: Un candado inexcrutable
En aquellos años los viajeros transportaban todas sus pertenencias básicas dentro de armarios y baúles planos que, por desgracia, atraían especialmente a los ladrones. Como maestro artesano, Louis Vuitton buscó la fórmula para proteger los bienes de sus clientes durante los viajes.
En 1886, el padre y su hijo Georges, implantaron un sistema de cierre único con dos hebillas de resorte que convirtió los baúles de viaje en auténticos cofres del tesoro.
Tras varios años de evolución, Georges patentó este sistema revolucionario y fue tan eficaz que retó públicamente en un periódico al gran ilusionista americano Harry Houdini a escapar de un baúl con la cerradura Louis Vuitton. Houdini no se prestó al reto, pero la eficacia del cierre es indiscutible. Todavía hoy se utiliza.
Falsificaciones
Una de sus grandes batallas fue contra las imitaciones. Su primera maleta de lona gris fue pronto copiada, como también lo fueron sus creaciones de rayas o el damero, en el que hizo marcar su nombre -algo nunca visto hasta entonces- para evitar plagios.
Pese a la lucha feroz que inició contra sus imitadores, comprendió que, si le copiaban, es que sus maletas eran un objeto deseado. Su hijo, Georges Vuitton, que tras la muerte del patriarca entendió que nunca lograría despojar a la marca de la fama de su padre, creyó solucionar el problema de las copias con un dibujo de flores geométricas a las que añadió un “LV”.
No lo logró. Más de cien años después, este sigue siendo uno de los estampados más copiados del mundo. A Georges, que impulsó la expansión en Estados Unidos, le siguieron Gaston Vuitton, un amante de la innovación como su abuelo, o su bisnieto Henri Vuitton, cuyos éxitos comerciales quedaron ensombrecidos por su muy probable colaboración con el Gobierno del mariscal Pétain en Vichy, para quien fabricó objetos de propaganda.
En los años 1980, la ambición de los herederos por integrar la marca en un grupo más grande propició que fueran fagocitados por un empresario del norte de Francia, Bernard Arnault, quien la integró como faraona del que es en 2021 el mayor grupo del lujo mundial, LVMH, y la convirtió en una insignia de alta moda.
Con información de Agencia EFE