El pasado 8 de septiembre llegó a librerías la octava obra de Fernando Benzo. Los viajeros de la Vía Láctea es una novela generacional que recorre la vida de un grupo de personajes desde los años 80 hasta la actualidad. Más de tres décadas que permiten al autor hacer una reflexión sobre el paso del tiempo.
Noctámbula y diurna, madura y adolescente, sorprendente, hilarante, histriónica, realista y soñadora, la novela pincha la banda sonora de cuatro décadas y cinco amigos, una cinta incombustible, siempre ecléctica e indescifrable, bella como la vida misma. Un garito del pleistoceno de la noche madrileña se convierte así en metáfora del libre albedrío, constelación de personas en órbita, se cruzan y alejan para volver a encontrarse…
En las noches de los ochenta, en La Vía Láctea se daban cita la música y la diversión. Los jóvenes bailaban, reían, ligaban, bebían y soñaban con ese futuro perfecto que se abría ante sus ojos, pero sin prisa por llegar a ningún sitio. Primaban las ganas de cambiar el mundo, se hacían preguntas trascendentales sobre la vida, el amor y la felicidad. Y se exaltaba la amistad por encima de todas las cosas.
En una de esas noches galácticas, se pusieron los cimientos de los acontecimientos por los que transcurre esta tierna y agridulce novela coral narrada a dos voces, en la que, con una gran maestría rítmica y mucho sentido del humor, Fernando Benzo va entremezclando esos mimbres de la vida que son la amistad, la traición, los sueños, los desengaños, el éxito y el fracaso… Y los secretos fielmente guardados durante más de tres décadas que finalmente terminan por salir a la luz.
Blanca y Javi, dos damnificados de una misma noche que han sabido preservar su amistad a lo largo de los años echan la vista atrás y repasan cómo han sido los últimos treinta años, en un intento de dar, o al menos esbozar, las respuestas a esas grandes preguntas que siempre
han estado con ellos y con muchos de los lectores que se sentirán identificados con sus vivencias.
“Los viajeros de La Vía Láctea” es uno de esos libros que atrapan desde el principio. Con una prosa ágil, Fernando Benzo ha escrito la crónica de la generación de los llamados baby boomers, el relato vital de aquellos que son “el fruto del desmelene sexual de nuestros padres cuando en los sesenta empezaron a darse cuenta de que su vida iba a ser mejor que la de nuestros abuelos”, como recuerda uno de los protagonistas.
Con una gran destreza narrativa, el relato va saltando por los tempos vitales de sus protagonistas, tejiendo una apasionante trama que transita entre el ayer y el hoy, un hilo conductor que comienza en las noches de los años ochenta en Madrid y que llega hasta nuestros días, cuando la pandemia nos está cambiando la forma de relacionarnos y ver el mundo.
Es inevitable terminar la lectura de esta novela y no recordar los versos de Jaime Gil de Biedma en los que nos recordaba que la vida iba en serio y que uno lo empieza a comprender más tarde.
Una novela con banda sonora
Esta es una historia que no solo se lee, también se tararea. La novela contiene en sus páginas una completa banda sonora de aquellos años de juventud que permanecen en la memoria colectiva de la generación protagonista. Las referencias musicales son muchas y de los más variados estilos: pop español, grandes éxitos de siempre, los Nuevos Románticos que conquistaron Europa con una estética barroca y un ritmo muy bailable: Mecano, Los Secretos, Talking Heads, Alan Parsons, Joe Cocker, Rick Astley, Los Planetas, Bob Dylan, Luis Eduardo Aute, UB40, Loquillo, Antonio Vega, David Bowie…
Si tuviéramos que grabar una casete (nuestros protagonistas seguramente las prefieren a las playlist), estas serían algunas de las canciones incluidas en “Los viajeros de La Vía Láctea”: No controles, Yo tenía un novio que tocaba en un conjunto beat, Perdido en mi habitación, Don’t You Want Me, Whitout You, Bad Connection, Lucy In The Sky With Diamonds, Rocket Man, Across The Universe, Mediterráneo, Enola Gay, Tainted Love, Karma Chameleon, Just Can’t Get Enough, Chica de ayer, La noche no es para mí, Georgia On My Mind, Sweet Jane, Lady Madrid, Comfortably Numb, What A Wonderful World, Malos tiempos para la lírica, Amores de barra…
Esa influencia musical se deja ver no solo en las menciones de canciones e intérpretes que el autor realiza para ambientar las escenas, sino también en el ritmo de las descripciones, casi poesías, a las que, según se van leyendo, se pueden poner melodías de cantautor: “Madrid en agosto es una siesta de abuelo, una oficina en hora de cierre, una tienda sin clientes, un teatro sin función. La ciudad se queda sin parques, los pájaros se ahogan en las fuentes, los bancos se quedas sin sombras. El sol ocupa los pisos vacíos, juega a la pelota en los semáforos, aparca en prohibido y roba carteras en las paradas de autobús”.